Quisiera decirles un realidad diferente, pero veo que no
tengo por qué ocultarla, me alienta la demanda que hacen contra María Galindo,
y no por simple y deliciosa maldad, sino porque ya hace mucho esa copa ha
rebasado su límite.
Son incontables las oportunidades en las que un entrevistado
tras otro se sometió a las muy peculiares entrevistas de Galindo en su espacio
radial “La barricada”, cuando haciendo el aguante que les dictaba su formación,
educación o simple sentido común no se atrevieron a darle un piñazo verbal y simplemente soportaron la humillación hasta
el final.
También es conocido su carácter para defender a las mujeres
que ella cree son merecedoras de su atención, porque no es a todas, no, sólo
algunas tienen ese privilegio. Ella ha categorizado, dividido y clasificado a
las mujeres que sí y que no merecen ser defendidas, siendo que es justo una
periodista mujer la que le hace la demanda penal porque se ha sentido discriminada
en razón de su color de piel, procedencia y hasta su peso y talla.
Luego María sale a decir que esto no debiera hacerse por esa
vía y que mejor se resuelva en un tribunal de imprenta, que hasta podría tener
la gentileza de darle a la periodista agredida su derecho a réplica,
otorgándole sus 20 minutos de fama, es
decir que, ¿tan anarquista no es?, ¿por qué está asumiendo la autoridad de
leyes y tribunales que hasta hace poco eran poco menos que papel higiénico para
ella?
Todas esas inconsistencias y contradicciones no le hacen daño
a María, sino a todo el movimiento feminista, a esas chotas, cholas, gringas,
fashionistas, misses y birlochas que somos. Porque alguien que grita “¡no a la
discriminación!”, no puede señalar con su dedo acusador a nadie y menos por
tener los ojos verdes o negros, por lo que me adhiero con una profunda convicción
democrática a la demanda de la periodista agredida, porque me he sentido
agredida de manera indirecta yo también y así podríamos sumar a muchas mujeres.
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